6 de enero de 2013

MAÑANA


      Ya empieza. Son las 20:00 horas; todo ha acabado y todo empieza. Ya no quedan momentos, ni pensamientos, ni emociones (quizá el miedo); acaba de empezar el día siguiente.
      Por hoy queda atrasar lo más posible esas píldoras que me permiten cerrar los ojos, contra mi voluntad, durante dos o tres horas. Horas en las que el sueño me invade sin arrinconar las pesadillas subyacientes de mi inconsciente. El tiempo posterior puede ser vigilia esporádica o, como comúnmente ocurre, prolongación de esas pesadillas hasta el amanecer, hasta que los despertadores mecánicos me indican que, sea como sea, debo levantarme y comenzar todo lo requerido para iniciar una nueva jornada.
      No hay salida, nada que poder decidir, continuar hasta que no haya fuerza alguna que me lo impida.
     Tan sólo eso: continuar. Continuar sin preguntarme, sin sentir, sin nada más que seguir pues si caigo no habrá quien recoja mis despojos. Continuar para conseguir que ninguna persona cargue conmigo. Continuar ante la cobardía que me impide dejarlo todo.
      Mañana empieza. Empieza hoy y perdura cinco días. Días de angustia, de pequeños esfuerzos, de ser social por convecciones, de seguir muriendo poco a poco.
      Mañana ya no es el futuro, mañana es hoy, es ayer, es el más allá. Mañana es la agonía cotidiana.


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