5 de enero de 2013

EL ÚLTIMO FUTURO

    
     Ya empezó el año.

     No escuché muchos gritos de alegría, tan sólo algunos pitidos de coches y, como no, las correspondientes contestaciones. Mandé las felicitaciones pertinentes: las obligadas, dos; las otras, que reflejan el escaso amor que me queda fueron cinco. Recibí dos inesperadas, dos que no fueron una respuesta.
     Decidí distraerme con la TV; la realidad era clara, no había nadie quien me echara de menos en mi vida. A pesar de los diálogos que oía y de las intrigas que me ofrecía la película empecé a dejarme llevar, casi sin darme cuenta, y deseándolo....volví a estar con ella.
      Celebrábamos el fin de año con amigos queridos ya que la pequeña tenía casi dos años y queríamos pasar las fiestas juntas. Enero tenía un significado especial para nosotras. Fue el mes de reiniciar nuestro amor después de pasar, ambas, por muchos momentos oscuros, el mes que celebró nuestro enlace. Fue el reinicio de algo grande.
      También la peque nació en enero. Después de un par de intentos por fin quedé embarazada a inicios de abril, ese abril que vivió nuestros primeros encuentros aún por crecer. Pasamos juntas todas las dudas y miedos surgidos por el embarazo pues yo ya cargaba con cuarenta años a mis espaldas. Pero así lo quisimos, las dos. Ella estaba en su inicio laboral, y yo podría compaginar mis guardias de 24 hora sin demasiada dificultad. Yo insití en que fuera así, no cesaba de intentar, desde hacía nueve años, que descubriera lo que es ser libre, libre desde dentro y por dentro. ¡Mi gran deseo!; que se viera a sí misma no sólo como era sino cómo podría ser si se lo proponía. Mientras, ella seguía mostrándome lo maravilloso de la vida, ya sin la carga autoinflngida de cuidarme hasta el extremo. Por fin entendimos cuán grandioso era lo que sentíamos y lo que nos aportábamos mutuamente, que estar juntas nos hacía ser mejores personas. Y seguía diciéndome cada día que tan sólo una vez se perdió, sólo cuando estuvo sin mí, que me amaba y no quería vivir sin que estuviese en su vida. Recuerda con amargura lo que pasó, la persona en que se convirtió. Yo acaricio su cara y le digo que a las dos nos costó reencontrar a la otra. Pero prevaleció el amor, ese amor profundo que nadie más podría darnos.
      Contra cualquier pronóstico, ahí estábamos, celebrando felices el nuevo año. Recién habíamos vuelto de festejar la nochebuena y el día de navidad con nuestras familias. La peque disfrutó como una enana. Seguro que el día seis también sería maravilloso para ella.
      Siempre íbamos así, de viaje para aquí y para allá. Habíamos conservado el pequeño ático pues no teníamos claro dónde nos asentaríamos y ello nos daba mucha libertad para ir a ver a los nuestros. Mientras, vivíamos en un piso alquilado, nuestra casa en muchos sentidos pues nos cobijaba desde el 2009 y había visto nacer a nuestra primera hija.
      Desde que superamos todo lo vivido en el 2008 ya nunca nos separamos, sea por viajes de placer o de trabajo. Deseamos compatir todos los momentos, lo hablamos todo, bueno o malo, y aunque las discusiones surgen a menudo, seguimos confiando en lo mucho que nos queremos.

      Tras un estrenduoso sonido proveniente de la TV fui saliendo del pequeño trance en que me había sumido. La realidad seguía donde estaba, esa realidad que jamás confundo, esa realidad llena de su ausencia, en cada objeto, en cada música, en cada mirada o caricia, en cada gesto de amor que vislumbro.
      Pero, de vez en cuando, no puedo dejar de imaginar el que fue, entre tantos, mi último futuro.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Datos personales